Mi generación puede recordar que, en la quinta década del siglo XX, a pocos años del derrumbe nazi, el exterminio de los judíos europeos era silencioso. Solo un saber taciturno y acotado, una lectura insistente, pero privada, entre desconcertados judíos sobre una memoria imposible. Algunas novelas, pocos diarios o ensayos balbuceaban el tema, films como “Hiroshima mon amour” desviaban el desastre de la guerra hacia el sufrimiento de una colaboracionista francesa y una víctima japonesa, y el mismo director, Alain Resnais, en su documental “Noche y niebla”, desplegaba un discurso genérico sobre los campos; a su vez los films soviéticos enfatizaban “La Gran Guerra Patria” y eludían las víctimas específicas, y los de Wadja incluso tenían sesgos antisemitas. En los años sesenta, aumentó la información, el juicio a Eichmann hizo del genocidio un asunto nacional originario, se conoció la investigación maestra de Raúl Hilberg, se difundieron los primeros textos de Primo Levy y...
“ Tal vez la historia no sea más que la diversa entonación de unas pocas metáforas ” La esfera de Pascal, J.L.Borges