En uno de
sus estudios sobre el peronismo, el investigador Raanan Rein sostuvo, con
minuciosa fundamentación biográfica, la existencia de un inevitable soporte del
líder más allá del carisma. No se refería a su ideología, su estrategia o certeza
política. Dilucidaba con precisión una segunda línea de conducción que la
historia no había considerado con detalle. La exagerada creencia en un vínculo
directo de Perón y las masas soslayaba la eficiente espalda política de su coalición,
a pesar de que le debía el amplio programa social y político que implementaba.
El personalismo obstinado de este movimiento sepultó el reconocimiento de esas
figuras fundamentales de segunda fila, y la centralidad autoritaria de Perón fijo
el límite de su relevancia. La unificación bajo el resplandor del carisma fue también
una trampa, impidió la trasmisión fluida del proyecto que encarnaba.
Este análisis
del profesor israelí sobre la experiencia populista argentina ilumina el flagrante
equivoco de Ernesto Laclau, el desaparecido teórico del populismo. La dinámica que
promovía este sofisticado investigador de corte lacaniano, los núcleos de
significantes únicos, emplazados como en un inconsciente individual, desconocen
la heterogeneidad y los niveles cambiantes de la vida social. En su enfoque los
significantes lacanianos sostienen por si mismos el carisma del líder y
suscitan, correlativamente, un nuevo orden de la diferencia y equivalencia en
la demanda de las masas, modalidades claves en su análisis del vínculo político. La “equivalencia” de las demandas las
coaliga, y hace afines frente a un mismo interlocutor y un mismo culpable (el
antipueblo, un equivalente imaginario del anticristo). Lo contrario es la
“diferencia” de las demandas, que las constituye individualmente, parcializa y
obliga al desempeño institucional del estado (políticamente desagrega, divide
los interlocutores, las causas y los culpables). Si las demandas fueran
solamente diferenciadas, atendidas institucionalmente, desaparecería la pujanza
de una formulación que apunta siempre al líder y configura el centro de la
ideología y práctica populista. Sería pura administración, casi como sucede en
algunos estados nórdicos con voluntad generalizada de bienestar social. Por el contrario,
si fueran solo equivalentes remitirían al líder, se disolverían las
instituciones, habría gran pujanza popular, pero sin articulación racional serían
acechadas por la anomia. Este borde teórico
lo ejemplificó un entusiasta ministro chavista cuando observo el derecho de
todos a tener un “televisor de plasma”, y unificó una demanda que usualmente
esta diferenciada, lo que movilizó afanes consumistas, colas anárquicas y
finalmente saqueos de electrodomésticos. Usualmente, ambas variables,
equivalencia y diferencia, se regulan entre sí. El predominio de la
equivalencia organiza para Ernesto Laclau un modelo que, incluso apegándose a
procesos reales, no a “esencias teóricas” previas, tampoco asegura un desenlace
socialista en vez de fascista.
Estas maneras de tratar el fenómeno, no se
agotan en estos ejemplos, ya que no hay solo diferencias metodológicas sino de
aproximaciones a la singularidad social. La visión de Laclau esta imbuida del
mismo plano imaginario que describe, la de Rain de un riguroso análisis
particular. Quizás fue agraciado por su mirada “extranjera” sobre un fenómeno que
tiende a chupar los observadores como un agujero negro. El simple análisis del
populismo no explica mucho, a menos que se indague las condiciones particulares
de ese proceso. Populistas fueron Chávez, Perón, Mussolini, Hitler, pero también
Roosevelt, De Gaulle, Lula, Betancourt. Pueblo, esa entidad que funda la relación
carismática del líder, es una metáfora del género catacresis, no tiene
referente y configura un espectro imaginario, similar a Nación, que había analizado
felizmente Benedict Anderson. El poder convocante no reduce la sustancia
imaginaria de la expresión. Es eficiente en la fórmula jurídica “ el pueblo llama
al banquillo”, la querellante “ el
pueblo se levantó”, la personalizada “el pueblo quiere saber de qué se trata” o
la metafísica “ la voz del pueblo es la voz de Dios”. El discurso que fraguo
este imaginario, la utopía, la
acechanza histórica y los aspectos prácticos del poder, son determinantes en
cada caso.
El chavismo
no tiene todavía estudios tan cuidadosos como otros populismos, y suele estar
refractado por una mezcla de verdades “de opinión” y verdades “de hecho” sin tamizar.
Por lo pronto, un primer repaso por los “hechos”, señala que casi a la inversa
del proteccionismo económico peronista, con Chávez fue destruida la industria
local. Notoriamente se promovió la importación masiva, fuente privilegiada de los
negociados corruptos del control de cambio. Con Chávez los sindicatos fueron
literalmente aniquilados, la acción social diferenciada de las instituciones fue
sustituida por la equivalencia ejercida por las “Misiones” (formato militar y
religioso, como las misiones jesuíticas que derivaban todo a un poder superior).
Se rechazaba la eficiencia y la idoneidad profesional porque la “diferencia”
anulaba la “equivalencia” popular, y la creciente ideologización desemboco así
en una impotencia técnica irreversible Su coalición tuvo también una segunda línea
de conducción, ideológica y antipolítica (aparte de la inteligencia cubana), pero
desde el comienzo perdió sus alfiles mayores, en beneficio de cómplices
equivalentes de todos los estamentos. Se creaban ministerios y los mismos
ministros rotaban de uno a otro, porque la fortuna petrolera permitía desdeñar
el conocimiento especifico y subvencionar la equivalencia que pregonaba el
discurso revolucionario. La corrupción no fue una degradación, sino una matriz básica,
la política central, beneficiada por la buena fortuna petrolera. En este caso, podría
aplicarse con menos equivoco la tesis de Laclau, ya que no existía una segunda conducción
sustantiva, con real prestancia socialdemócrata o nacionalista, como ocurría con
el peronismo. Se gestó una sociedad de cómplices y estafadores con un monótono paraguas
ideológico y la complicidad oportunista del exterior.
El significante
popular del chavismo permitió una expansión delictiva sin precedentes, una realización
primitiva de capitalismo salvaje bajo la leyenda de un socialismo mágico en
epifanía crónica. La lucha contra la corrupción, primera voluntad del chavismo,
fue la primera maniobra de la corrupción, afección crónica cuya vacuna la tornó
septicemia. La corrupción se tornó endémica porque era un sistema informal de distribución
de riqueza. El núcleo de este liderazgo no tenía otro horizonte que su crecimiento
y permanencia, una carcoma incesante de las instituciones al calor de la bonanza
petrolera. Este vaciamiento desnudó la sociedad de toda normatividad. Así fue invadida
progresivamente la estructura institucional, la empresa privada, las fuerzas
armadas, la educación y la prensa, y luego muchos organismos de la “oposición”.
Cuando las dos décadas de saqueo y destrucción sin freno tuvieron efecto y cesó
el maná del petróleo, se enfrentaron a una oposición dura, real y claramente
mayoritaria. Pero estaba inerme, sin representación orgánica, y ya el régimen había
logrado tener casi la totalidad del poder económico e institucional en sus manos,
incluida la fuerza armada, la policía, los tribunales y el hampa. Blindado el
régimen, los que no pudieron engancharse como eslabones en la vasta quimera
delictiva, fueron acosados por una brutal y desprevenida carencia, millones
tuvieron que emigrar masivamente para sobrevivir. Mafias de la gasolina, del
oro, del narcotráfico, del control de cambio, de la distribución, de la documentación,
del transporte, de la medicina, etc., etc., modificaron el mapa económico del país.
Estos negocios eran auténticas concesiones en connivencia con un gobierno que,
como aquel capitán de Julio Verne en “La vuelta al mundo en ochenta días”, alimentaba
las calderas con las maderas que desmantelaba de la misma cubierta del barco.
La epidemia populista mundial, y el derrumbe concomitante de las formas democráticas,
tiene en Venezuela el modelo emblemático de destrucción endogenerada, pero no debería
desconocerse su particularidad histórica.
La singularidad imaginaria
En Venezuela
el estado no había derivado de la sociedad civil, sino la sociedad civil del
estado. Luego de un devastador siglo XIX, que destruyo las promesas del siglo
anterior, la sociedad quedo desarticulada y se incorporó casi indefensa al
siglo XX. El petróleo le otorgo al universo político una clientela rentista,
que heredaba y unificaba el poder omnímodo de los caudillos en una identidad
nacional. Alrededor de estas creencias se gesto una vasta mitología, que
precede el imaginario chavista mucho más que las ideologías de la modernidad. Cuando Max Weber estudio el carisma, había señalado,
antes que Freud, la “proletarización espiritual” de la masa por el caudillo, el
trastorno identificatorio que infligía este “padre simbólico” sobre la vida social.
El populismo era su modelo clásico, y el liderazgo carismático su forma
privilegiada.
En
nuestra perspectiva, que aquí sigue a Freud y Weber, se despliega el discurso
populista no en el ámbito factico y desnudo del poder sino en el histórico del
dominio ( que para Weber implica
voluntad de obediencia) , no en el nivel fonemático del significante, sino de la
semántica, de la narración, y ocurre en un tiempo histórico particular. Laclau
procura temporalizar la estructura fija que heredó del estructuralismo, pero
eso no es posible sin historia y narración. En Laclau ese “vacío” se organiza
en una confluencia de significantes flotantes, pero es preciso tomar en cuenta
las características discursivas, semánticas y no simbólicas, de tal “vacío”.
Nuestra aproximación al mismo tema fue expresada en el trabajo “El llamado del
padre: 26 millones en busca de autor”[1]. Allí
señalamos, desde la perspectiva psicoanalítica freudiana, los rasgos particulares
que preceden el “nicho” del caudillo, aquello que anidaba la instalación
hegemónica de un discurso en Venezuela. Implicó reconocer una acumulación
histórica específica y múltiples interacciones particulares que están presentes
en el fenómeno. Interesó del análisis histórico los rasgos que perduraban y
tenían su desenlace en expresiones actuales, fósiles activos no contemplados
por la cultura formal. Eran lesiones colectivas, restos traumáticos que seguían
golpeando la conciencia, no por deducción de una continuidad histórica, sino
por práctica viva de la subjetividad social. El populismo y la polarización, siempre
interdependientes, son extensiones fantasmales de aquel flujo.
Espectros precursores del desastre
_ El modelo
teológico de la política no arranca en Venezuela en las ideologías fascistas,
formas europeas cristalizadas después de la primera guerra por la fusión del
nacionalismo y las demandas de socialismo y anarquismo (que influenciaron en
Perón a través del falangismo). Procede de la configuración mítica de Simón
Bolívar, al que se le rendían homenajes y suscitaba apelaciones místicas desde poco
después de su muerte. Desde el siglo XIX se registran procesiones con sus
imágenes ligadas al sincretismo religioso de la región, como verificaron muchos
historiadores. Este vínculo nunca había cesado, y aunque no se manifestaba en
políticas públicas explicitas, atravesaba la interacción social. Se registra
una fusión patriótica religiosa que articuló esas creencias, y desde la segunda
mitad del siglo XIX su imagen fue aprovechada por todos los gobiernos. Hubo desde el gobierno de Guzmán Blanco, a
mediados del siglo XIX, movimientos anticlericalistas, pero nunca afectaron las
creencias religiosas y el sincretismo concomitante en el pensamiento social.
Esta es la dimensión trascendental a que apela el Bolivarianismo actual al gestar
una continuidad Bolívar- Marx. Por supuesto que ese trascendentalismo chavista
es una falsificación de todos los datos históricos (Marx, que apoyó a EUU en su
guerra contra México, despreciaba explícitamente a Bolívar), y configura una
presunción infantil sobre el ímpetu revolucionario y antimperialista que
precede al actual régimen. La dimensión
trascendental real es algo no develado totalmente, pero señala carencias y
demandas (como la paternidad), y a veces emerge en costumbres y valores dentro
y fuera de la política.
La
dimensión abstracta de Bolívar _ característica que el historiador German
Carrera Damas deriva de la retórica del siglo XVIII, es apropiada para la
configuración de ideales lejanos e imágenes paternales. Por otro lado, la idea
de un mandato moral: parábola del sacrificio
del prócer ” el murió por nosotros”, la
culpa histórica, la deuda y su redención, volvieron a retomar desde el siglo
XIX el mismo vigor del mito bíblico cristiano. El mandato crístico bolivariano alcanzo
una escala nacional mucho antes del chavismo. Esta configuración fue favorecida
por la desaparición de la autoridad monárquica con la independencia, la caída
de la autoridad eclesiástica, y el desvanecimiento del mundo paternal por el
desgarramiento anárquico que padeció la sociedad y sus estructuras familiares.
La
devastadora guerra de independencia y la federal posterior desestructuraron las
familias, disolvieron las jerarquías sociales, especialmente la función paterna,
hasta muy entrado el siglo XX, lo que favoreció también la instalación de una demanda
imaginaria del “patriarca salvador”. La diferencia entre la familia
escrituraria y jurídica y la real de la sociedad venezolana, es mas importante
de lo que se cree. Su reconocido carácter matrilineal, suscitaba un “vacío” que
casi todas las políticas públicas trataban de suturar, y determinó el peso del lugar
“simbólico” paternal; además del discurso de orden civil que rodea el mismo. Un
repaso de manuales de pedagogía familiar estilo Carreño hasta la poesía
moralista, comprueba que la apelación pública configuraba esta demanda en el siglo
XIX y parte del XX.
La diferencia
entre la cultura letrada y la experiencia social le otorgó a la sociedad
venezolana una distancia entre la realidad práctica y los ideales que se
advierte en casi todos los discursos. En el chavismo, la impostura letrada vino
de la izquierda, pero la tradición solemne, de ampulosidad retórica y conceptualidad
hueca, es añosa. Solían importarse las ideas, como ocurrió con las vestimentas
( es revelador el ensayo sobre la función ideológica del vestido en Venezuela en
tiempos de Guzmán Blanco, de la investigadora Cecilia Rodríguez), y ese modelo
de positivismo progresista se trasladó a todos los ámbitos, también a los protestatarios.
Las codificaciones férreamente “nacionales” del chavismo delatan un fatigado
archivo europeo, sonsacado por “pensadores” que dan su texto a los voceros de
turno. Así como en el siglo XIX los pensadores de la Europa industrializada
viajaban al Mediterráneo para alimentar en la pobreza elemental de Italia o
España las pasiones romántica que tonificaban el norte, los ideólogos de una
izquierda caviar internacional cambiaban sus agotados abalorios teóricos con
los políticos chavistas. Los nombres ( “socialismo del siglo XXI” ) eran hallazgos de talante periodístico o
televisivo, pero suscitaban un saber teórico de cartón pintado, o eran
recalentados desde otras historias más reflexivas ( el “socialismo venezolano”,
por ejemplo, fue inaugurado por el partido MAS, como crítica al socialismo
“real” de los soviéticos, cuarenta años
antes que lo reinventasen los chavistas), la denominación de “Afroamericanos”
fue tomada del liberalismo estadounidense, también la equitativa formula “otros
y otras”, así como muchos términos “correctos”
de prestigio en la tribuna. Este nominalismo artificioso contribuía al clima de
farsa del chavismo, la subvención de una narcotizante epifanía revolucionaria, nube
que les impedía pronosticar que, aunque viajaban en primera clase espiritual, estaban
viajando en el Titanic.
La estructura económica enfatizaba
subjetivamente el consumo, el poder, la filiación y no la productividad. Esa disposición
sedentaria movilizaba utopías arcaicas sobre dones y riquezas privilegiadas, que
para algunos antropólogos ya heredaban las leyendas de Américo Vespucio y Colon
sobre Venezuela como un lugar del paraíso.
El énfasis
sobre el consumo, la distribución, el comercio, en el manejo ideológico y
político de la administración social, se explica básicamente porque la
productividad está localizada en el petróleo. El poder clientelar de la renta hereda
el patronazgo de los caudillos, que a su vez ya habían heredado fragmentado el
poder monárquico roto por la independencia. Considerando la economía que
propicia esa renta, no podrían ser obreros y campesinos el eje de un movimiento
social en Venezuela (excepto en la retórica folklórica de la ideología) sino
buhoneros, empleados estatales y lumpen.
Los sindicatos fueron un sostén privilegiado de Perón, de allí la
expansión complementaria de la industria liviana argentina, mientras que los
mismos fueron ferozmente atacados por el control estatal venezolano. Esto
explica el sesgo fascista de este régimen populista, definido ingeniosamente
como un fascio-comunismo por el economista Humberto García Larralde.
El significante vacío es bordeado entonces por
una multitud de intersecciones, cadenas significantes, pero también de
espectros semánticos, que se hacen presentes y tejen mucho más que “un capitón”
en la tela, tejen un dominio y bordan el gran tapiz político económico del
poder y su burocracia. No vienen como ecos de la historia porque su presencia
es actual, subsiste en la trama narrativa que “hizo” la historia.
En aquel
estudio observábamos “La diferencia entre un ordenamiento familiar de tipo
civil o abstracto y una realidad parental de otro carácter, es quizás expresión
de la represión escrituraria de la sociedad y la idealización jurídica
correspondiente (…….) La emergencia de un discurso de paternidad primaria no
fue un salto al siglo XIX, sino a los ámbitos vivos pero desconocidos del XXI.
No fue un camino hacia atrás sino a lo ancho. El suceso no sucedio en el tiempo
sino en el espacio, integrando sectores que parecían “dormidos”. Los desarrollos
institucionales estaban acostados sobre una falla esencial que se agrietó con
celeridad. Esa integración narrativa es diferente a un significante flotante,
se trata de un vasto relato. Existe una narración previa informal que circula
en los mismos vasos que la ideología y la política. Puede advertirse en la
retorica chavista, y con particular precisión en el extravagante juramento
presidencial que cristalizo el estado de excepción, fuente de la perdida normativa
que hasta hoy acompaña una dictadura de saqueadores[2].
[1]
La identidad suspendida.
Fernando Yurman. Editorial Alfa. Caracas, 2008
[2]
Analizado en detalle en el articulo “La locura y el Poder” . Fernando Yurman. Viceversa.com, Magazine.
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