En el intento de
apresar este tiempo enrarecido, procuré retornar sobre algunos clásicos. Buscaba
esa calma íntima, el espacio que viene de voces lejanas. Pero esos textos o
filmes sacralizados, donde todo es absoluto y nada es contingente, me trataron
esta vez de otra manera. Releí a Boccaccio con el respeto de siempre, pero me parecía
leer el original, el manuscrito tibio de un contemporáneo transmitiendo su
experiencia. La peste logra disolver distancias, remite a tal incertidumbre
existencial que rompe el calendario y te hace flotar entre otros naufragios del
océano de tiempo. Enclaustrado el cuerpo, la memoria desocupa unos salones y
abre otros. Se puede desembocar en escenas de infancia casi
disueltas o episodios entrevistos en otra parte. El encierro devuelve a muchos
lectores al Diario de Ana Frank, otros inesperadamente se conmueven por la
peste de Atenas sitiada por los espartanos, por la viruela del derrumbe azteca o
el tifus del Gueto de Varsovia. La Peste de Camus sirve menos, el Oran de esa
epidemia viene gastado de simbolismo. Este pavor es más indefinido,
resuena en lo imprevisto, el terror remoto y flamante de los jóvenes
medievales fugados de Florencia, los trucos miserables de los contagiados londinenses que
contaba Defoe. Y en el fondo, el rumor desaforado
de las plagas bíblicas. El Papa, frente a una plaza vacía, es hoy un símbolo de
la pérdida de los símbolos y la emergencia de otros, como si lo invisible ya fuera una divinidad adversa.
Los religiosos judíos tuvieron la posibilidad de revisitar las plagas bíblicas
para reafirmar la fe en sus rituales. Con el resultado de que la mayor tasa de
contagios de Israel sucede en Jerusalén y en Bnei Brak, las ciudades más
devotas. Los virus desobedecen las divinidades, o bien la voluble voluntad
divina los quiere recibir en primer término para premiar su atropellada devoción.
Quizás estos creyentes no le resultan fiables, hace tiempo abandonaron la metafísica,
sólo les quedó el vestuario, la obsesión por el poder y el capricho omnipotente.
Se están ganando ahora la antipatía del resto de la ciudadanía israelí por su resistencia
a la cuarentena física y por la mezquindad mental que los encierra. Como si
fuera una película adosada, la necedad religiosa se despega del genuino sentimiento
religioso, y la inquietud ética, atributo que no es privativo de nadie, renace en muchas meditaciones laicas. Hay en la experiencia de la plaga
un reencuentro con límites olvidados, un contacto con la enigmática oquedad que
nos rodea. Es casi inevitable visitar regiones alejadas de la gula, más allá de
las soluciones hambrientas. En esos páramos se advierte el retorno del vacío
olvidado y la nada perdida.
“Dios hizo al mundo de la nada, pero la nada siguió
estando”, dijo Paul Valery. Esa frase lúcida sucedió por tiempos en que todavía
estaba. Mucho antes de convertirse en filosofía vanguardista de café francés,
antes que el aluvión de ofertas llenase todos los huecos del mundo. La plaga,
se vaya o se quede, quizás deje ese contagio de ausencias. No es segura esa
prometedora incertidumbre. Después de un accidente de tráfico en autopista, los
automovilistas bajan la velocidad, por unos kilómetros, hasta que la amnesia
les suaviza el sobresalto y vuelve a subir el velocímetro. Mucho se puede
suponer para después de la pandemia, pero no se sabe, y quizás se desate algo
distinto. En toda distopía yace dormida una utopía, y más allá de ella, una
historia real desconocida que sirve para hacer descender el pico
delirante de la imaginación. A ese encuentro sin rostro vamos, casi sin poder
imaginar. Adorno había sentenciado que no habrá poesía después de Auschwitz,
pero hubo, y Paul Celan, uno de los sobrevivientes, la hizo sobre el tema y en
la lengua alemana. En este caso, la Pandemia deja un tendal de ideas sobreseídas
en el planeta, y a los profetas exhaustos.
Se despiertan
conjeturas nuevas: ¿habrá un cambio en la manera de percibir el tiempo? ¿La
costumbre adquirida de concentrarse en lo inmediato cambiara las nociones de
pasado y futuro? ¿Y la de azar y progreso?
¿Y la de geografía e historia? ¿Habrá otro espacio que el vivido y otra
historia que la propia? El horizonte es todavía muy cercano, la especulación no logra tomar vuelo.
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