Ir al contenido principal

Despertar dentro del sueño

   Vladimir Nabokov había sostenido que la palabra “realidad” debía escribirse siempre entre comillas. Este desafiante alarde literario ya había sido anticipado por estudios sobre las ideologías, la percepción o el psicoanálisis. Suspendían la diferencia entre realidad y ficción que ya había dictaminado firmes categorías, desde géneros literarios hasta disciplinas metafísicas. No obstante, dicho alerta tuvo otras vueltas de tuerca. Hoy revive y se extiende fuera de los predios estéticos, allá donde la cotidianidad más plebeya puede usurpar la fantasía. Por esa nueva facilidad “la ficción”, “el sueño” y “lo real”, han mezclado los tintes en toda la experiencia humana, y no alcanzan las renegridas comillas. A su vez, la colonización imaginaria de la realidad fue acelerada con vértigo, y no solo la naturaleza terminó imitando el arte. En su momento, el derrumbe de la Torres Gemelas había “realizado” la majestuosidad del “comics”, y la siguiente persecución de un enemigo elusivo y barbado que emergía en las pantallas, había investido la historia con superhéroes y superdemonios que emulaban “Luthor” o “la Fuerza”. Posteriormente, la revelación que la geopolítica no está gestionada por saberes cavilosos, sino por patanes que circulan en la banalidad de los folletines y la prensa amarilla, fue gracias a Wikileaks otro deslave gigantesco de solemnidad. En ese trance, fue mermando más el resplandor simbólico de la cultura. Decreció la rúbrica de representaciones que nuestra sociedad usaba para administrar lo real. El descrédito evaporó algo que la humanidad padecía y disfrutaba: su velada distancia entre la realidad y el ideal. En esa distancia sucede el profuso comercio simbólico que sostiene la cultura, y en tal ámbito mantuvo durante siglos un talante trascendente. La pérdida de valores, el hundimiento de referencias, la sustitución del respeto por el autoritarismo ramplón, arrasó con ese temple de legitimación. Aquello que el psicoanálisis conceptualizó como una disminución antropológica de la “Función del Padre”, no sucedió por vacíos en la educación, la cultura o la potencia ideológica, sino por debilidad orgánica de las creencias. Una pérdida normativa que ha disuelto las jerarquías, y termino borrando los sentidos selectivos que nos configuraban. Sin ese tabique moderador, la realidad ha chupado toda la ficción, o la ficción se ha infiltrado en sus células hasta hacerla indiscernible. Ya no hay padre mítico, solo fantasiosa orfandad. Los ideales han sido siempre parte de la ficción pública, pero sufrieron aquí una mutación cualitativa. El reciente populismo, un frenesí de torpe caudillismo, solo incentivó la banalidad de ese destino universal. La sedición reciente para tomar el Congreso norteamericano ilustra, con la caída del aura en la democracia representativa, también el derrame de una función simbólica general. Algunos exaltados que metaforizaban con ese desafuero una nueva “Bastilla”, no estaban tan errados; la valoración que había hecho Hanna Arendt de la Revolución Norteamericana residía en su espléndido poder jurídico y simbólico, a diferencia de la apasionada, fanática e imprecisa Revolución Francesa.
      Nadie sabe lo que puede un cuerpo decía Spinoza, pero tampoco se sabe lo que sostienen los símbolos. Su retroceso devuelve a los humanos a las imágenes y fragmentos inmediatos del sueño, esa espuma desconcertada que borbotea pulsiones en un presente perpetuo. A veces, es un tsunami arrebatado que logra inventar su propio pasado con trazas y restos de la marejada. Ese mundo onírico personal retorna periódicamente en la marea del psiquismo, y es necesario un dique cotidiano o una escollera para sostener la arquitectura simbólica de la vigilia. El tejido vivo de la civilización vive en ese peligro. Cuando su cemento permea y no filtra, el orden profundo de lo civilizado se disuelve. Así como desde fuera nos acechan las tormentas solares y otras confabulaciones cósmicas, desde adentro del desván pujan las pesadillas bárbaras. En el reciente tumulto de Washington, aparecieron las banderas del Sur, el orgullo racista y los disfraces del KKK, y parecía que los extraviados fantasmas de Jefferson Davis o Robert E. Lee atravesarían el tiempo. William Faulkner había observado sobre aquel melancólico Sur que el pasado todavía vive, y ni siquiera es pasado, y esta vez tuvo prodigiosa razón. La intemporalidad caótica del inconsciente amenazaba el rumbo republicano más exitoso de Occidente. La pantalla de noticias fue el onírico ojo de buey de un Titanic. Y ese crepúsculo indiscernible desplaza su horizonte sin cesar por todo el orbe.
   Recientemente, un Papa realista (si se acepta el oxímoron), permitió cierta veracidad inevitable, una parcial transparencia que arrasó con siglos de misterio. La pérdida de esa lejanía metafísica, el descenso de los injustos enigmas del cielo, parece el mismo derrumbe de las distancias cívicas que propicia la tecnología en la comunicación. El internet y las pantallas televisivas captan hoy casi toda la reverencia espiritual, encauzan masivamente la religiosidad, pero disuelven su dorado influjo en una adicción portátil. El mundo de sombras y secretos, los rincones medievales del mundo, desaparecían sin cesar y se llevaban la añeja trascendencia religiosa. Ahora es una hemorragia mayor, ocurre en el tiempo y el espacio de pandemia, con calentamiento global y apocalipsis, que para el alma son similares. Nuestro planeta, que hace pocas décadas todavía era enorme, y guardaba regiones ignotas, y también animaba la aventura en geografías extraviadas, devino una simple mascota de ecologistas. Ese achicamiento del espacio no es ajeno a la pérdida de trascendencia - ¿qué cielo le corresponde a un planeta azulado y casual, casi el estatuto contingente de un asteroide? El derrumbe de los ideales no es nuevo en la historia, pero lo complica la condición aluvional e irreparable que hoy arrastra. La nueva epidermis de creencias esotéricas, sistemas mágicos y místicos o los renacimientos evangélicos o cabalistas, procuran ansiosamente sustituir esa piel, pero es vano, los sistemas simbólicos requieren respirar en una distancia saludable que se ha perdido. A veces la renueva, de manera trucada, la adicción religiosa al internet, esa busca desesperada por abarcar un mas allá que siempre se escapa patinando sobre algoritmos. La actual pandemia, remedando ancestros medievales, instiga sin cesar sus procesiones digitales que, pese a las variaciones litúrgicas, están imbuidas por la misma fe en una superioridad omnisciente. Cabe evocar la resignada reflexión de Kant “Se puede dudar de la existencia de Dios, pero no de que el hombre lo necesita” 
   En su revelador ensayo sobre los autores que crean sus precursores, Borges había observado que Kafka había creado retroactivamente el sentido más rico de Melville. Mirado como una progresión histórica de la metafísica, aquella misteriosa ballena blanca del siglo XIX dejó varado su magnífico enigma en un Castillo o en un Proceso del siglo XX. El Capitán Achab y el Pecqod naufragaron, pero el misterio de Moby Dick sólo había cambiado de domicilio, no de sustancia. Actualmente, en el siglo XXI, es su sustancia lo que se ha evaporado. La vertiginosa hipercomunicacion sucede con una tecnología que ha crecido exponencialmente, sobre una superficie y una condición humana que no cambio de tamaño. El desplazamiento de la trama busca entonces la interioridad, quizás por el hastío del rebalsado onirismo externo, de modo que los sueños resultan el octavo continente de la aventura. Prestan la apropiada escenografía, el ritmo y la rareza incalculable de nuestro tiempo. La tradición milenaria ya registraba en su evanescente territorio los orígenes de la épica fantástica. Entre sus maravillosos relatos, hubo uno en que Huan Tzu se había despertado de un sueño en que creía ser una mariposa, pero entonces no supo si era una mariposa que ahora soñaba ser Huan tzu. La narración, que recogió Borges en su literatura fantástica, era una breve joya reluciente de matinal perplejidad. Hoy su brillo no se balancea en ninguna paradoja, y la especie humana tal vez ya sea el sueño de una mariposa china.

Comentarios

Unknown dijo…
Seré un simplote, pero me parece que el Homo moderno (al menos en nuestro entorno), no sabe a qué libertad quiere aspirar y usar. Cuando escoge, tampoco sabe cuáles serían los límites de esa libertad, pues no piensa en ellos.
Ha poco, en discusión con anónimos, a los que critiqué también esa anonimidad, criticaron burlona y duramente mi simple y conocida y copiada frase sobre "palabras que matan"; yo sería un tarado, y ellos, los cobardes, los que saben o creen eso.
¿Qué mundo soy?
Anónimo dijo…
Brillante articulo! Efectivamente, todo lo que esta sucediendo ahora comienza a tomar un caracter onirico, siendo particularmente atinada la analogia de una mariposa china soñadora...
Interesante reflexión actual. Eso que llamamos realidad es sólo una parte de la gran ficción consensuada por el conjunto de las mentes, y la ficción el nodo mental en que se acepta la locura de los fines utilitarios ilimitados como normalidad legitimada. No existe la realidad, sólo el sueño consumado de la ciega marcha de los hombres hacia su ocaso irremediable como especie. Y como Ismael propicio, habrá que echarse a recorrer los continentes acuáticos para vivir en la contingente necesidad del momento, sin pensar en trascender ni imaginar más allá del firmamento líquido del horizonte. O como dijo Nagarjuna, la nada es la presencia del ser. Saludos!


Fernando Yurman dijo…
Excelente observacion de David de los Reyes, me hace recordar que,luego de sus geniales anticipaciones de la ficcion, Huxley habia señalado en " Las puertas de la percepcion" que el psiquismo tiende a frenar y reducir lo real, para evitar su maravilla o su infierno ( como antes indicaron Baudelaire,Freud y Lacan),ahora veremos....
fabio dijo…
Excelente tu artículo. Es un análisis muy agudo y el triste momento que estamos viviendo, no solamente por la agresión del jamás si no por el conflicto interno entre judíos y musulmanes.Difícil creerlo pero confío todavía en que la humanidad pueda reaccionar no solamente ante el conflicto Israel sino en los muy graves que suceden en nuestros países de América Latina

Entradas más populares de este blog

A la verdad por el dolor

  Casi toda historia es trauma, ahí burbujea y se arremolina siempre la espuma de la memoria (los pueblos felices no tienen historia). Es aquello único que atraviesa dolorosamente el alma, marca un hito en la carretera del tiempo íntimo, pero desfila con otras escenas para cimentar una memoria colectiva. Es el imprevisto esbozo de un nosotros.  Difundido el sábado sangriento que los terroristas propinaron en el sur a todos los judíos, muchos sintieron el gran reflujo del pasado que borraba y reiniciaba la historia compartida. Mareados por el trastorno, no podían calibrar, ¿una reedición del Iom Quipur de 1973 ? ¿Unas torres gemelas en versión horizontal? ¿una desquiciada ofensiva del Tet en caricatura revolucionaria? ¿un “Kishinev” en el desierto? ¿sigue gozando el antisemitismo su mala salud de hierro? ¿somos los judíos lo que siempre fuimos, aunque sea para los otros, y no para nosotros? Como una instantánea, rememoraron el holocausto, ese tiempo sin tiempo. Y en verdad, las escenas,

HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA

    “No  hay Historia solo hay historiadores”, un aforismo que siempre vuelve por sus fueros. Antes, circula por intersticios y emerge en el reverso de la crónica para burlarse de contemporáneos afianzados. Cada época descubre alguna vez su pasada escenografía, y se revelan mamparas, bambalinas y decorados a la luz variable del tiempo. Vetas opacas de microhistoria en la gran Historia, relatos afónicos, paneles ilustrados con memoria propia, espacios de doble fondo, indican otras lecturas veladas. En algunos casos, el susurro narrativo arrasa con los andamios de las explicaciones de turno.  Una revelación paradigmática es hoy aquel film reestrenado en el cine Metro de Viena, “La ciudad sin judíos”.    Realizado sobre una novela de Hugo Betauer, el film había sido proyectado por primera vez en 1924, cuando Hitler estaba preso en Múnich y el Nacional Socialismo todavía era incipiente y poco temible. Como una de las primeras narraciones críticas del antisemitismo moderno, el guion lo ilus

El judío en la Edad Media digital

            Nuestra más remota intimidad nace en el otro, somos nosotros porque ellos son ellos y a su vez lo son desde nosotros. Este cruce de espejos regula las identidades, suscita los señuelos del amor y del odio, define las pertenencias y exclusiones que sostiene toda cultura. Ese voluble equilibrio, que alteran las crisis políticas y económicas, es como un sismógrafo de la vida social.  Desde el cambio climático a la globalización, desde la turbulencia pandémica a las migraciones masivas, los estratos de la identidad son perturbados en los rangos religiosos, nacionales, ciudadanos e incluso de la especie misma con otras especies. Aquellas definiciones jurídicas de Carl Schmitt durante el nazismo, el Otro como fundamento de la política, tiene verificaciones psicológicas en la misma constitución psíquica. La cultura europea hizo girar sus orígenes sobre fuentes griegas, romanas y judías, y sus acechanzas sobre el Otro en el misterioso Oriente, fundado por los griegos en sus