Ir al contenido principal

HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA

  “No hay Historia solo hay historiadores”, un aforismo que siempre vuelve por sus fueros. Antes, circula por intersticios y emerge en el reverso de la crónica para burlarse de contemporáneos afianzados. Cada época descubre alguna vez su pasada escenografía, y se revelan mamparas, bambalinas y decorados a la luz variable del tiempo. Vetas opacas de microhistoria en la gran Historia, relatos afónicos, paneles ilustrados con memoria propia, espacios de doble fondo, indican otras lecturas veladas. En algunos casos, el susurro narrativo arrasa con los andamios de las explicaciones de turno.  Una revelación paradigmática es hoy aquel film reestrenado en el cine Metro de Viena, “La ciudad sin judíos”.

   Realizado sobre una novela de Hugo Betauer, el film había sido proyectado por primera vez en 1924, cuando Hitler estaba preso en Múnich y el Nacional Socialismo todavía era incipiente y poco temible. Como una de las primeras narraciones críticas del antisemitismo moderno, el guion lo ilustraba en el balbuceante género de distopias y utopías, antes que Aldous Huxley o George Orwell publicasen sus ficciones futuristas. La trama describía una sociedad que expulsaba sus judíos por la expansión súbita del prejuicio cotidiano. Como parte de su desenlace, los judíos son invitados a retornar porque los ciudadanos originales advierten que la economía, la cultura, la vida social se había empobrecido sin ellos. Es uno de los primeros alegatos de violencia y tolerancia, y el primer documento visual sobre el drama racista. Nada presagiaba su funesto destino. Aquel “Huevo de la serpiente”, como lo llamo Ingmar Bergman en un film, solamente era indicado por algunos crípticos relatos de Kafka o el tortuoso expresionismo que analizó Sigfrield Kracauer en su temprana sociología fílmica. En nuestro tiempo, un film como “La cinta blanca” de Michael Haneke, intuye sin notas aquella pulsión remota del mal, pero cuando “La ciudad sin judíos” fue estrenada no contaba mas que el testimonio moderno del proceso Dreyfus, dos décadas anteriores, y la barbarie rural de los pogromos rusos. No obstante, el valiente film ilustraba la sociedad vienesa con los contenidos que ya habitaban su denso inconsciente social y esbozaban rudimentos ideológicos. No casualmente, la película se perdió en la década de 1930; encontraron en 1991 algunos rollos incompletos en Holanda. Una versión íntegra había sido olvidada en un mercadito de Paris, que distraídamente perduró y se restauró, casi cien años después del estreno original.

  Pocos países como Austria deben tanto a sus judíos, y Viena siempre reconoce esa deuda en sus orgullos profesionalizados por Freud, Mahler, Wittgenstein, Schnitzler, Adler, Mauthner o Krauss, pero pocos pueblos han negado tan firmemente su devota complicidad con el nazismo. Mueve esa paradoja una pasión que este film nos muestra con enceguecedora inocencia, algo que obliga a repensar la historia en el imprevisto y siniestro presente. Sucede que, en el tiempo, como en el espacio, la distancia se relaciona también con la masa, la masa de pasiones oscuras que gravitan incesantes en el caudal social subjetivo. Esa vida sumergida, resentida y somnolienta, insiste, prevalece, pero solo alcanza su cenit en el tsunami  que elevará ocasionalmente la superficie. Esas placas se mueven tan silenciosas como implacables, se deslizan sobre narcisismo maligno. 

  Las historias nacionales equivalen a las biografías, tienen una dosis similar de imaginación y encubrimiento, y no casualmente nacieron casi con la novela. La novela imaginaria del neurótico, que más tarde reveló Freud, trascendía hacia las naciones y las moldeaba largamente al calor del orgullo. El encubrimiento de la propia barbarie y el gigantismo de la ajena son parte de todas las fantasías nacionales. Las figuraciones idealizadas no aceptan los turbios reflejos de su propia infamia. Hoy sorprende saber que el potente sentimiento poético de Neruda no le impidió abandonar una hija con macrocefalia, o al amplio Arthur Miller un hijo con Síndrome de Down, o que Thomas Jefferson, el gran demócrata, no concedió libertad a sus propios hijos de una esclava negra. Aunque no sean la clave mayor, esos hechos silenciados indican una historia más densa, con oscuros paneles desconocidos por el arresto biográfico. No son diferentes que el revisionismo histórico polaco, ese esfuerzo por silenciar la feroz complicidad popular con el antisemitismo nazi. El heroico ejemplo de polacos solidarios no excluye esa memoria ominosa. No hay estado, nuevo o viejo, que haya sido ajeno a la barbarie, porque la idea de estado ya es violenta. Ni los pueblos originarios, ni las viejas naciones pacíficas, pudieron evitar la violencia, pero a cambio practican una severa amnesia sobre el submundo de la gloria originaria.

   Mas allá de las poderosas imaginerías soterradas que revelan otras historias, suceden también las vidas reales. Vale la pena consignar la de los autores de la “Ciudad sin judíos”.  Hugo Betauer, el autor de la novela, fue asesinado poco después del estreno del film (1924) por una banda de nazis, el director, Karl Breslauer, no volvió a dirigir y murió aislado en 1965, la protagonista, Ida Jembach, murió en el Gueto de Minsk en 1941, Hans Moser que protagonizaba un furioso antisemita, resistió valerosamente divorciarse de su esposa judía bajo el nacionalsocialismo, Johans Riesman, el protagonista del judío maltratado, se afilió al partido nazi y actuó en teatros, incluso para las SS en Auschwitz. En cierto modo, el tenor de sus vidas continuó la tortuosidad que impregnaba el celuloide, y expandieron la cara sombría negada por la crónica. Ahora que el antisemitismo encendió todas sus luces en la cultura global, se hace evidente aquella genética de la malignidad, algo que nunca había dejado de irrumpir dentro de la Historia.

     

   

   

      

Comentarios

Excelente artículo. Como de costumbre, una escritura exacta, riquísima, que evidencia una gran capacidad analítica, profundos conocimientos y un mensaje de advertencia a un mundo que se oscurece cada día. Muchas gracias Fernando !
Querido Fernando, cada artículo tuyo es una enseñanza que obliga a pensar, reflexionar y con frecuencia sentir vergüenza por lo atroces que podemos se
los humanos.
Unknown dijo…
¡Cuánto que yo no sabía y que debía saber!

Y me queda poco tiempo, pero... Yurman gratis me ilustra sobre complicaciones de la vida, aunque todavía tengo muchas...

Entradas más populares de este blog

A la verdad por el dolor

  Casi toda historia es trauma, ahí burbujea y se arremolina siempre la espuma de la memoria (los pueblos felices no tienen historia). Es aquello único que atraviesa dolorosamente el alma, marca un hito en la carretera del tiempo íntimo, pero desfila con otras escenas para cimentar una memoria colectiva. Es el imprevisto esbozo de un nosotros.  Difundido el sábado sangriento que los terroristas propinaron en el sur a todos los judíos, muchos sintieron el gran reflujo del pasado que borraba y reiniciaba la historia compartida. Mareados por el trastorno, no podían calibrar, ¿una reedición del Iom Quipur de 1973 ? ¿Unas torres gemelas en versión horizontal? ¿una desquiciada ofensiva del Tet en caricatura revolucionaria? ¿un “Kishinev” en el desierto? ¿sigue gozando el antisemitismo su mala salud de hierro? ¿somos los judíos lo que siempre fuimos, aunque sea para los otros, y no para nosotros? Como una instantánea, rememoraron el holocausto, ese tiempo sin tiempo. Y en verdad, las escenas,

El judío en la Edad Media digital

            Nuestra más remota intimidad nace en el otro, somos nosotros porque ellos son ellos y a su vez lo son desde nosotros. Este cruce de espejos regula las identidades, suscita los señuelos del amor y del odio, define las pertenencias y exclusiones que sostiene toda cultura. Ese voluble equilibrio, que alteran las crisis políticas y económicas, es como un sismógrafo de la vida social.  Desde el cambio climático a la globalización, desde la turbulencia pandémica a las migraciones masivas, los estratos de la identidad son perturbados en los rangos religiosos, nacionales, ciudadanos e incluso de la especie misma con otras especies. Aquellas definiciones jurídicas de Carl Schmitt durante el nazismo, el Otro como fundamento de la política, tiene verificaciones psicológicas en la misma constitución psíquica. La cultura europea hizo girar sus orígenes sobre fuentes griegas, romanas y judías, y sus acechanzas sobre el Otro en el misterioso Oriente, fundado por los griegos en sus