En una desvaída sección periodística, la fotografía de un
chalet que ofertaba una inmobiliaria de Mar del Plata, había revelado sobre una
pared inocente del salón la presencia de un óleo robado por los nazis. La obra,
un testimonio barroco de principios del siglo XVIII, fue arrebatada durante la
ocupación alemana por el financista mayor de la SS a un galerista judío de
Holanda. El extraviado ‘Retrato de una Dama’’ mostraba una aristócrata menor de
rostro ostensiblemente feo, oscuro, miserable y muy llamativo para el iluminado
investigador neerlandés que hizo la denuncia.
El azar no guarda
una estética, era un abrupto final de una mala novela policial ordinaria. La
hebra de la trama cruzó impoluta de un siglo a otro, de un continente a otro,
sin dar descanso a la infamia hasta que el inescrutable pase de la suerte mandó
a parar. La Dama rezumaba el terrible
crimen desde la agraciada pared, perfeccionando la puntualidad con que un gato
emparedado lo había hecho en un tenebroso cuento de Poe. En el caso marplatense
estaba sobre la pared, visible, como la ‘’carta robada’’ de otro cuento del
mismo autor. Aquella alarma gótica del gato emparedado había anticipado un
primer florecimiento lirico del mal, que Baudelaire tradujo del sonsonete de un
cuervo y luego su bohemia lo perfumó para toda Europa. ¿Qué heredaba y que
legaría esa maldad escondida y pomposa? No juegues al fantasma porque lo
terminaras siendo, advierte un aforismo cabalístico
Devuelta su sombra a América, en el secreto
criminal del presuntuoso chalet marplatense de Villa Luro, la atrocidad real
tenía ochenta años de perpetrada por el eficiente saqueador nazi escondido en la
guarida pampeana del fascismo. Un film argentino de fines de 1956, “tallos
amargos”, había sugerido estos vastos encubrimientos financieros locales de
criminales nazis (habilidades que inspiraron luego a los militares de la
dictadura para robar bebes, casas de sospechados de izquierda, fondos y ahorros
de incriminados políticos, como luego hicieron otros, cambiando la tolda
ideológica del latrocinio). Podría repasarse hoy esa penetrante película, una
de las joyas del cine argentino, dirigida por Fernando Ayala, con fotografía de
Ricardo Younis ( un discípulo de Greg Toland altamente considerado por la
American Cinematographred), y verla junto con el periódico que pescó
accidentalmente la infamia del cuadro ochenta años más tarde, y sentir el vibrante
collage actual de gobiernos corruptos, narcotraficantes y ladrones, en aquella
mirada titilante en blanco y negro. Entre las noticias del día del mismo
periódico se encontraría el crónico suspenso internacional de aranceles y
multas, la inminencia de tremendos sucesos acordados, el tsunami de acusaciones
antisemitas de genocidio a Israel, los genuinos cuestionamientos a la política israelí
y al obsesivo afán autodestructivo de su gobierno, el vodevil semanal de Trump
entre lo uno y lo otro y todo lo contrario, la inexorable y cavilosa decadencia
europea y las nuevas alianzas militares del planeta. Todo eso debería
configurar algo, huelen siempre la misma estofa. Si se corren las fichas de un
lado para otro, se mezclan y enfilan hacia algún horizonte, el destino parece
tartamudear y trata de decir algo. No lo dice. Algunos hilos del tiempo tienen
ovillos distintos, se cruzan y se enredan, hay tejidos afines pero las
casualidades, aunque desfilen con marcialidad y empaque histórico, no adquieren
causalidad; se les disipa el efecto en la oquedad confusa que nos depara la
vigilia digital. Flotan vencidos, con fragmentos matinales que sobrenadan otros
sueños de una población que casi no lee, apenas escucha, y ya vive semidormida.
Están reciclando la cultura oral perdida en la antigüedad y en los sueños, el
onirismo se aclimata al mito más que al logos.
Moldeado por el
ensueño, el sentido del tiempo ha cambiado de modo irreversible, se ha soltado
la cadena, y patinan las marchas. Nadie puede tener una biografía establecida,
ni una identidad nacional, imaginaria pero más o menos presentable, ni una
carpa ideológica sin los parantes rotos y las puntas desatadas. Incluso aquella
novela imaginaria que Freud había extraído, y ordenado para el neurótico, se ha
disuelto en vaga leyenda clínica cercana al video clip. Antes, el breve pero
intenso tiempo propio y del pasado colectivo eran leídos, se articulaban sobre
un fondo mayor. El corazón de las tinieblas ocurría en África, pero asimismo en
el inconsciente, en el tiempo anterior a la escritura, en cantos de aedas,
rapsodas, vates y bardos perdidos en los orígenes. Ahora no, la hecatombe del
espacio nos altera la del tiempo. El trastorno climático colosal, la ausencia
de certezas naturales para orientar aspiraciones trascendentes, enrarece el
ritmo central de la especie. El crecimiento dismórfico de un presente hipertrofiado
que fagocita el pasado y el porvenir, la disolución de las edades y
generaciones, la globalización de la futileza, no permiten la memoria sensible
del tiempo, tampoco la metafórica, y entonces la nostalgia se reseca
simplemente, sin más. No importa si la realidad es líquida, solida o viscosa,
porque el pensamiento y el lenguaje que siempre la gestaban, la clasificaban al
fundarla, y perdieron el eje de giro. Una implosión de vacío nos ha cargado, y
entre las presuntas cosas y los lejanos mitos se cortó la red. Solo el arte, y casi
seguro la poesía, pueden atisbar a veces la irrealidad incesante que nos está gastando.
Quizás el evento
mas importante de estos días aciagos me siga pareciendo el encuentro entre
aquella Dama taciturna de la pintura ocultada y una viva pupila del presente.
Su aparición debe haber alargado la sonrisa de la Gioconda, una secuestrada
anterior al ‘’Retrato de una Dama’’. La Dama de Mar del Plata viene mirando desde 1710,
según los expertos del arte, y es difícil conocer su periplo porque esos oleos
eran impredecibles. Pudo haberse
encontrado con otra Dama, púdica, enérgica y con senos al aire, ‘’ La Libertad
guiando al pueblo’’, y otras posteriores del mismo pintor histórico, aquellas
damas revolcadas en una orgía en la fiesta de la ‘’Muerte de Sardanápalo’’, el
ultimo emperador del antiguo Oriente. Entrevió como el occidente liberal y
airoso y el oriente degradado y en derrota por las perversiones del déspota
fueron alegorizados por Delacroix, con el mismo pincel alegórico, con pocas
décadas de diferencia, y muchas de profecías globales. Aparte de símbolos, esas
pinturas veían algo, o hacían presunciones, probablemente la Dama libertaria
inventó las barricadas, que sugirieron luego las cloacas que glorificó Víctor
Hugo. La Dama italiana del retrato, con su misma cara sobreviviente alargada,
debe haber visto a Goering pujando en el remate de las obras robadas por el
pulcro gerente de Hitler, y quizás divisó luego la presencia cercana, en
claroscuro flamenco, de diplomáticos argentinos y españoles, Pio XII y otros
piadosos, antes que una de las malas semillas del criminal adornase la pared
para vender el Chalet.
No me extrañaría
que la Inteligencia Artificial logre hacer en el futuro estos viajes del arte,
un iris digital de pinturas para ver lo velado. Quizás los guie aquella
observación críptica de Merleau Ponty “las cosas también nos miran”. Asesinos,
matanzas, verdaderos genocidios, genocidios de tres cuartos, indignación
española por Su leyenda negra de haber vaciado la demografía precolombina y
echado de la península a judíos y árabes por gloria de la Santa Inquisición,
tribunales de Nuremberg vacantes, todas las cosas que nos miraron en silencio
cuando las mirábamos, las vidas mudas y abolidas por la distancia de
emigrantes, refugiados y derrotados. Solamente esa cascada de derrotas podría quizás
decirnos algo, como aquel pájaro de Benjamín que volaba al revés, aparte del
seguro porvenir del hambre, intermediado por robots y voces electrónicas.
Cuando los
monoteísmos eran incipientes, un ciudadano griego, llamado Critias, familiar
cercano de Platón, y conocedor de Homero y de Hesíodo, se había animado a
sugerir que se estaban esbozando nuevos dioses en el Olimpo, o al menos nuevas
cualidades divinas. Se gestaba un atributo, la mirada penetrante, un ojo capaz
de vigilar la urbe y desanimar los transgresores. No se registra otro aporte de
este ateniense, pero tanto por el lado humano como divino ese proyecto parece haber
fallado; el de las cosas que nos miran y esperan, de Merleau Ponty y Poe, está
todavía en ciernes.
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