Nuestra más remota
intimidad nace en el otro, somos nosotros porque ellos son ellos y a su vez lo
son desde nosotros. Este cruce de espejos regula las identidades, suscita los
señuelos del amor y del odio, define las pertenencias y exclusiones que
sostiene toda cultura. Ese voluble equilibrio, que alteran las crisis políticas
y económicas, es como un sismógrafo de la vida social. Desde el cambio climático a la globalización,
desde la turbulencia pandémica a las migraciones masivas, los estratos de la identidad
son perturbados en los rangos religiosos, nacionales, ciudadanos e incluso de
la especie misma con otras especies. Aquellas definiciones jurídicas de Carl
Schmitt durante el nazismo, el Otro como fundamento de la política, tiene
verificaciones psicológicas en la misma constitución psíquica. La cultura europea
hizo girar sus orígenes sobre fuentes griegas, romanas y judías, y sus
acechanzas sobre el Otro en el misterioso Oriente, fundado por los griegos en sus
guerras con Persia. Sin embargo, adentro de la sociedad, ese hebreo de los orígenes
era el judío execrado, la encarnación viva del anticristo, el otro especial del
inevitable maniqueísmo. Desde Lutero a Voltaire, desde San Agustín a Víctor
Hugo, el judío fue la fuente profunda de la identidad europea, la viga maestra
del infierno que precisaba ese cielo civilizatorio. ¿A qué se debe que esa
demanda del satanás terrestre sea otra vez demandada? ¿Como volvió el remolino
mitológico, el “maelstrom” cultural que hunde Europa y atrapa el mundo árabe en
el mismo maniqueísmo? La aparición de entidades mitológicas ordenadoras de la
identidad, la figura demoníaca del judío, parece relacionarse con la perdida de
la continuidad narrativa. Vale la pena indagar ese olimpo disperso y anarquico
que disuelve la propia historia.
El crepúsculo de la
letra, la caída de los relatos, desde las difusas ideologías hasta los clásicos
literarios, no es ajena a la expansión de la imagen y la vertiginosa
digitalización. Aunque la espacialidad y simultaneidad del universo visual no
impiden nuevos sentidos y conceptos abstractos, hay una lógica reflexiva que concierne
a la narración. El efecto que este giro ha tenido en la subjetividad es palpable.
La difusión de mitologías, teorías conspirativas, demonizaciones y paranoias, parece
secuela general de esta pérdida narrativa que sostenía las reflexiones, puesto
que lenguaje y lógica siguen tramados. Las distorsiones de una realidad
construida con raptos imaginarios, permea todos los ámbitos con un influjo
alucinatorio más que polémico. Los trastornos narcisistas, las adicciones, el
malestar patológico actual, se expresa en la acción, el cuerpo y la imagen más
que en la palabra. Un zumbido vago y disperso rebalsa hoy los consultorios de
salud mental con impresiones sin relato. La novela imaginaria del neurótico que
enseñaba Freud, y que tenía un sesgo biográfico organizador del tiempo, ha sido
sustituido por el flash, golpes de efecto resonante, escenas luminosas, más
endeudadas con el video clip que con la narración. Quizás por ello, la subjetividad
social produce huracanes de versiones delirantes, que no son solo los previsibles
efectos de las fake news, también de la incapacidad de construir una narración,
de la ausencia de un tiempo histórico en el tiempo personal. Estas manifestaciones
sin fundamento narrado, aluden a una perdida intelectual por la erosión
constante de pantallas, sin más encadenamiento que el instante perpetuo. Esa
suerte de presente continuo no permite una temporalidad lógica, solo un flujo de
revelaciones aluvionales que se suman o anulan entre sí. Cuando inicié mi
practica clínica, los pacientes contaban sus vidas como películas o novelas,
ahora los jóvenes se fragmentan sin hilar episodios, como las fulminantes imágenes
que reciben. La subjetividad viene siempre de fuera, la otredad es un afuera íntimo,
y el vértigo digital nos devuelve hoy al pasado, a una era anterior al relato,
a las mitologías orales fragmentadas. Este olimpo se renueva como un
caleidoscopio, pero no puede anudar el tiempo.
Cuando Penélope demoraba una parte de la historia,
esperaba tejiendo y destejiendo, pero estaba urdiendo un relato, puntada a
puntada, porque ese tiempo que suturaba el hilo en Ítaca era también el que
eslabonaba los episodios de Ulises. No logra suceder el tiempo ni el lugar sin un
relato organizador, no se logra en el unánime presente y su devoradora
hipnosis. Hipnosis, espejismo, alucinación, son los términos adecuados para
advertir esta obnubilación religiosa que desprenden las protestas antiisraelíes.
Es una epifánica impresión, tiene antecedentes en la asociación medieval de los
judíos con el anticristo y sus diabólicas intrigas. Aquella población medieval iletrada
conocía el relato bíblico en las pinturas de las iglesias, y repetía ese mundo
figurado en la presencia real de quema
de brujas y judíos en procesiones contra
los impíos. Esas pinturas del infierno son hoy distribuidas por los
predicadores de noticias.
Pero esta
alucinación europea fue luego también el costo, como publicó el filósofo Reyes
Mate en 1997, de ser el judío el punto ciego de la cultura europea. Este
notable investigador analizó prominentes pensadores judíos olvidados que todavía
laten en la memoria europea. En un estudio sobre los marranos como puente de la
modernidad europea, a mi vez señalé lo que cegaba ese proceso ( “Fantasmas precursores”,
Fernando Yurman ,Ed.Debate, 2010. “La identidad conversa sefardí como esbozo de
la modernidad “ , 2021, Blog Fernando
Yurman. La función demoníaca sostiene un estrato de la identidad europea que había
suspendido la modernización.
Comentarios
soy mario handler, saludos